PASARON dos semanas. Entre el 7 y el 10 de mayo, España estuvo en bancarrota. Sin que una oferta del 18 por ciento en el pago de intereses lograse atraer un solo céntimo de crédito internacional a las arcas de un Estado al cual los inversores daban ya por quebrado. Sólo la parcial cesión de soberanía, que el presidente español fue obligado a declarar en público, salvó a nuestra economía de ser abandonada a su propia ruina, la suya, la que a nadie, salvo a sus gobernantes, puede ser achacada.
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