A quien, leyendo las biografías de nuestros ilustres corruptos, no se le ponga cara de gilipollas, será porque la traía puesta. Todas las historias de grandes chorizos ibéricos —los de la costa mediterránea gozan hoy de especial renombre: Camps, Fabra, Millet, los pretorianos— tienen final feliz, y si no hay banquete de perdices es porque la caza menor es de pobretón
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