El consumismo occidental no puede normalizar la pobreza alimentaria para amplios sectores de la sociedad, mientras en nuestros propios hogares el despilfarro alimentario sigue suponiendo una realidad demasiado obscena para un mundo en el que gran parte de la población continua pasando hambre cada día. La estética no puede substituir a la calidad, la explotación laboral no puede suplantar las políticas de eficiencia y desde luego, un precio barato de los alimentos en las estanterías de nuestros supermercados, no puede esconder una industria que
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