Es lo que tienen las ideas. Las hay estelares. Y las hay estrelladas. A finales del siglo XIX, Ernest Bazin, por lo demás un brillante inventor galo reconocido gracias a sus aportaciones técnicas a la exploración submarina o patentes como la de un motor, un arado eléctrico o un cortador de verduras, tuvo una idea de las últimas: las que nacen estrelladas. O, dado el caso, condenadas a naufragar estrepitosamente.
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