"Cuando los chavales hacen horario de ocho de la mañana a dos y media de la tarde, muchos de ellos comen a las tres o tres y media de la tarde, de forma que se retrasan las horas de estudio, la merienda, la cena, el inicio del sueño… Es decir, producimos un jet lag escolar de manera continua”, reflexiona Gonzalo Pin, pediatra en el hospital Quirón Salud de Valencia y miembro de la Sociedad Española de Sueño, que lleva tiempo reivindicando la racionalización de los horarios escolares.
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