Los penitentes eran los encargados de entrar los primeros en la explotación para detectar la presencia del gas grisú y sanear el tajo antes de que se iniciasen los trabajos de extracción. Para realizar esta tarea, intentaban proteger su cuerpo de las previsibles llamaradas cubriéndose con sacos o telas gruesas empapados en agua y llevando en su cabeza un capuchón perforado sólo con dos pequeños orificios para los ojos, mientras acercaban una larga pértiga con una llama en su extremo buscando inflamar los gases.
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