La I Guerra Mundial tuvo muchas consecuencias para los combatientes. Entre ellas, la incapacidad —bien física bien psicológica— de procrear. Helena Wright, doctora británica, observó la necesidad de muchas esposas de estos soldados de tener hijos, y por esto organizó un discreto servicio de fecundación, para el cual se valió de un joven de 20 años, Derek. Derek visitaba a las mujeres que querían tener un hijo durante el momento óptimo de su ciclo de ovulación, una sola vez, y recibía un telegrama cada vez que tenía éxito en su «misión».
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