¿Cuántas veces hemos inclinado la cabeza delante de un bodrio de cuadro colgado de las impolutas paredes de un museo? ¿Cuántas veces nos hemos sorprendido del precio subastado de un lienzo amarillento e incomprensible que no sabemos ni orientar? No eres el primero. Hace varias décadas que alguien decidió tomarse la revancha. El profesor Paul Jordan-Smith, en 1924, quiso dar una lección a los excesos del mundo del arte y sus especuladores.
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