Un plan, como han desmontado posteriormente los tribunales, que se urdió con pruebas falsas, que necesitó de un juez corrupto y que salpicó a la cadena de mando de Banesto, desde Cataluña a Madrid. Pedro Olabarría fue consciente de que su caso llegó tan lejos por el interés que tuvo Banesto, y en particular su presidente, Alfredo Sáenz, que dejó actuar a su hombre Cataluña cuanto fuera necesario, en hacer de ellos un ejemplo para el resto de ilustres catalanes. El mensaje era claro: la cárcel era el riesgo al que tendrían que enfrentarse.
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