Cuando se le diagnosticó la fatal enfermedad, John Brandrick decidió que tenía que aprovechar lo que le quedara de vida de la mejor manera posible. No siguió trabajando, dejó de pagar la hipoteca y se dedicó al buen vivir con su compañera, gastándose una fortuna en restaurantes y hoteles. Sin embargo, un año después, los síntomas comenzaron a remitir, y el hospital llegó al a conclusión de que Brandrick no padecía realmente un cáncer de cáncer terminal sino una simple pancreatitis, perfectamente curable.
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