W. Reginald Bray era un bromista, un tipo cachondo que en 1898 compró un pesado libro que describía con detalle las normas que regían el por aquel entonces complejo funcionamiento del sistema postal de Gran Bretaña, que había establecido además una tarifa muy económica y accesible. Tras estudiarlas, Bray vio estas reglas como una oportunidad, como un reto para ver hasta qué punto la Oficina de Correos podría cumplir sus propias normas y su burocracia.
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