Mike Tyson desataba la “Operación Conmoción y Pavor” cada vez que subía al ring. Apenas llegaba al metro ochenta (1.78), pero era una furia incontrolable, un robot del KO, programado para aniquilar a sus rivales sin remisión. Su cuello tenía las mismas medidas que la cintura de Marylin Monroe, su cuerpo se había tallado en el gimnasio, su esquiva era un prodigio y sus puños eran dos bombas de relojería. Kames ‘Buster’ Douglas estaba condenado a caer, más pronto que tarde.
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