Es, sin proponérselo, el tema de conversación del ciudadano de a pie, de banqueros y de economistas sesudos en toda España. Su caso es único y podría suponer un punto y aparte en la normativa sobre embargos. José Antonio Langarita Gil, de 47 años, y su mujer, María Luisa Reche Arias, viven, desde ayer, más relajados y sin ataduras con el pasado. No es para menos. Un tribunal considera que el banco no puede pedirle más dinero por su casa, después de que el año pasado se la embargaran.
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