En los diversos hallazgos realizados en fosas comunes donde fueron enterrados los caídos en combate han aparecido abundantes testimonios de la devastadora contundencia de mazas, martillos, manguales y demás. Obviamente, el lugar preferente para ello era el rostro o la cabeza, si bien esa zona era casi invulnerable para un caballero provisto de un yelmo cerrado. En ese caso, sólo un martillo provisto de un aguzado pico podía perforarlo y producir una herida similar la que vemos en la foto de la derecha.
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