Octubre de 1942. Un apagón obligatorio decretado por las autoridades estadounidenses —el «apagón de guerra»— mantiene la costa de California en la más completa oscuridad para que, en caso de ataque japonés, el enemigo no pueda distinguir sus objetivos. El alumbrado público está apagado, las ventanas de las casas deben permanecer cerradas. Nada perturba la tiniebla, hasta que en Santa Mónica una patrulla policial divisa dos pequeñas luces desplazándose en la distancia.
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