La época en la que para ser un adulto de éxito había que tener un vehículo parece tocar a su fin. Cada vez son más los jóvenes que pasan olímpicamente de tener coche. Lo que durante varias generaciones pareció un mantra constante, sinónimo inequívoco de una vida provechosa, parece perder fuerza a gran velocidad. Los jóvenes que deciden vivir solos y en alquiler se multiplican. Las parejas sin hijos ya no son percibidas como infelices o egoístas. Y el coche, el símbolo de estatus social por antonomasia, interesa cada vez menos a la juventud.
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