Esta es una de esas historias de auténtico amor por el automóvil que tanto nos gustan. Es casi tanto o más emocionante que la historia del Volvo de los cinco millones de kilómetros, porque demuestra que la conexión entre hombre y máquina puede crear vínculos emocionales muy fuertes. Todo apasionado del automóvil lo entenderá, puede que sólo sea “un amasijo de metal” a ojos de un profano, pero creemos que un coche es además un conjunto de vivencias personal e intransferible.
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