Hubo una vez un país, llamado España, donde las declaraciones de la Renta de todos los ciudadanos fueron públicas. Era una democracia joven, y tal vez más ingenua. Era 1978 y ese año, para variar, cualquiera pudo conocer al detalle cuánto pagaba cada vecino al fisco, cuánto declaraba, cuánto decía tener. Fue un escándalo tras otro, fue divertido mientras duró. La prensa difundió listas con los contribuyentes más notables donde no era raro descubrir por qué los ricos eran tan ricos: porque la Renta siempre les salía a devolver.
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