Un día pierdes el autobús y decides volver a casa andando. Y vaya idea, por cierto. Porque mientras atraviesas la única zona de todo el camino donde no hay donde guarecerse, se pone a diluviar y acabas empapado. Llegas a casa, te duchas y te cambias de ropa. Pero a lo largo de la tarde empiezas a tener tos, fiebre, escalofríos y dificultad para respirar. Un resfriado, te dices. Pero no es un resfriado. En tus bronquiolos, sin que lo sepas, hay una banda de neumococos montando una rave.
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