Empieza a cundir la idea de que el uso correcto del imperativo es algo propio de estirados y tiquismiquis, que suena remilgado, una antigualla sacada directamente de los textos de Sófocles o recomendable sólo para educadores de perros, y que sería preferible aceptar el analfabetismo de un buen infinitivo como mandato. Y no. Hay que usar correctamente el imperativo. Porque nada sienta tan bien como molestar a una pareja, real o en ciernes, con un “idos a un hotel”.
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