En vísperas de las elecciones de ayer, todas las encuestas pronosticaban una aplastante victoria del PP. Las dudas se centraban en la magnitud de la victoria. O de la derrota, desde la perspectiva del PSOE. Y los datos excedieron los pronósticos más sombríos. Es cierto que la tendencia en Europa, castigada por la peor crisis desde 1929, es que los partidos en el Gobierno pierdan las elecciones. Pero la dimensión de la derrota de Alfredo Pérez Rubalcaba refleja una desafección muy acentuada de muchísimos votantes (unos 4 millones) con el PSOE
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