Correa, Pablo Crespo y Álvaro Pérez, en su condición de presos, entraron los últimos y por una puerta lateral más cercana a la primera línea del banquillo. Crespo, el número dos, había perdido rectitud. Álvaro Pérez el Bigotes, más encanecido y flaco, parecía enfermo. Correa se sentó, clavó los codos en las rodillas y hundió tanto la cabeza que, visto desde atrás, a veces, adquiría la forma de un torso decapitado.
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