Alguien debiera decirle a Miguel Angel Fernández Ordoñez que lo mejor que puede hacer para acabar de forma discreta su desastroso mandato al frente del Banco de España es prodigarse lo menos posible y no abrir la boca más de lo necesario. El ego descomunal y la impertérrita desfachatez del personaje convierten la tarea en titánica pero, escúchenme bien queridos asesores de comunicación, de ello depende que salga por la puerta de atrás de la institución que dirige -con poca pena y menos gloria- o lo haga entre el legítimo estruendo de aquellos
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