En 1885, el bacteriólogo alemán Paul Ehrlich, vio con sorpresa que al inyectar un colorante en el torrente sanguíneo de los ratones, todo su organismo se teñía de azul, excepto el cerebro. Esa primera observación permitió descubrir la barrera hematoencefálica, una tupida red de capilares que impide la llegada de agentes extraños a nuestro ordenador central. Una investigación que lleva la firma del español Joan Massagué describe esta semana cómo las células metastásicas que proceden de un tumor en la mama son capaces de saltarse esa barrera...
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