Chris Schauerman entró a su gallinero como todas las mañanas cuando la encontró allí, moribunda, apenas capaz de dar sus últimos respiros. “Vi a la gallina, me acerqué y la tomé con las manos. Intentó levantar su cabeza, pero no resistió y murió”, contó el granjero oriundo de Nueva York. La sorpresa para Schauerman llegó cuando encontró el “legado” de su ave a la que llamaban Roberta: un huevo gigante de 138 gramos, o sea dos veces y media el peso de uno común, que ronda entre los 50 y 60 gramos.
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