Cualquier jurista medianamente formado y mayor de cincuenta años conoce a Atticus Finch. El ministro de Justicia y el Presidente del Gobierno reúnen ambas condiciones, creo. Pero está claro que en su mundo no hay cabida para Atticus. Lo prueba, a mi juicio, el nuevo proyecto de ley de justicia gratuita, una pieza más de la reforma del sistema judicial que el ministro y el Gobierno construyen para dejar su impronta.
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