En este mundo nuestro de apariencias múltiples y de culto incesante a la imagen, propalada muchas veces sin rubor alguno, tiene su lógica que, al amparo de la resonancia mediática que posee el fútbol (“el escenario donde todos los negocios y todas las ambiciones son posibles”, como dijo una vez el entrenador argentino Menotti), quienes dirigen los equipos más poderosos y brillantes se inclinen a probar las mieles de la política.
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