Pasan diez minutos de las cuatro de la madrugada, hora oficial del cierre, y en un bar de copas del Casco Antiguo el portero que se encarga de controlar el acceso al pub cierra la puerta. En teoría, cumple escrupulosamente con la normativa que limita el horario nocturno, pero en el interior todavía quedan clientes. No muchos, pero superan la docena. Se baja el volumen a la música y los camareros siguen sirviendo copas a los clientes, que como no pueden salir fuera a fumar lo hacen dentro sin reparo.
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