Llevaba apenas nueve días en la prisión de Barcelona (¡nueve!) cuando se agenció una chaquetilla blanca y una bandeja, se encaminó hacia la puerta principal, miró a la garita de la Guardia Civil y puso su mejor sonrisa de camarero… “Voy a por un cafelito para el director”, dijo. Y se fue. Por la puerta grande, como los toreros en sus mejores faenas. Cuando los funcionarios hicieron el rutinario recuento de presos, faltaba uno. Alguien en la entrada principal preguntó entonces: “Oye, ¿el del cafelito ha vuelto?”.
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