Su muerte fue tan novelesca como su vida entera… Habíamos dejado antes a nuestro turbulento pintor en Nápoles, más muerto que vivo, después de una paliza. Se repone, aunque queda con el rostro desfigurado. En Porto Ércole, la guarnición española que en aquel tiempo domina la plaza detiene al náufrago y -confundiéndole con otro, según se dice- le detiene y le propina la correspondiente paliza. Al cabo de unos días, es liberado y entonces comprueba que la tripulación que había contratado ha huido con la embarcación y todas sus pertencias.
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