Y es que los precios de las casetas, que antes subían y subían año tras año por encima del coste de la vida –al igual que el precio de la vivienda– se han topado este año con el pinchazo de la burbuja del salero –a ver quién gasta con alegría recién despedido o con un familiar en el paro–. Llevar la barra de una caseta deja de ser ese chollo que te desloma una semana y te permite pagar las pomadas todo un año, y ahora quienes las gestionan se tientan la ropa antes de hablar de negocio.
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