Si generación tras generación desde pequeños nuestro entorno nos enseña que existen las sirenas y los dragones, si las personas en las que más confiamos –generalmente los padres- jamás nos lo desmienten llegamos a la edad adulta convencidos de su existencia. Es más, cada vez que pasa algo poco habitual en el mar lo achacamos a las sirenas y cuando es en el aire a los dragones
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