Los caminos del Señor son inescrutables. Dos feligreses de una pequeña iglesia evangélica de San Sebastián han conseguido derribar con su ejemplo muros de odio y desconfianza levantados por años de terrorismo. Un chaval que pasó gran parte de su juventud cruzando contenedores y preparando cócteles molotov es ahora uno de los mejores amigos de un guardia civil que ha pasado media vida en el cuartel de Intxaurrondo asistiendo a entierros de compañeros asesinados.
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