Una familia de una pequeña ciudad de provincias ha conseguido revolucionar Italia y desafiar el poder del Vaticano al ganar su batalla judicial contra la presencia del crucifijo en las escuelas públicas. Massimo Albertin, director del laboratorio médico de Albano Terme (en Padua, al norte del país); su mujer de origen finlandés, Soile Lautsi, y sus hijos, Dataico y Sami, descorcharon una botella de vino tinto el pasado martes cuando el Tribunal Europeo de Derechos Humanos de Estrasburgo les dio la razón.
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