Ocurrió temprano, cuando el reloj marcaba las nueve de la mañana. Antes, Fabrizio Joao había tomado un café y una rebanada de pan con mantequilla y mermelada. Hasta le dio los buenos días al funcionario que le entregó una bandeja con el desayuno a través de la ranura horizontal que hay en el portón metálico de su celda, situado a la altura de la cadera. Poco después de llenar el estómago, cuando tocaba que cada preso limpiara su habitáculo, la chispa prendió en el fornido guineano y el interno entró en cólera.
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