He pasado los primeros días del año en Alemania. Y, aunque parezca increíble, no vi ninguna estatua de Hitler a caballo, no encontré ninguna calle dedicada a Göring, no parece haber plazas consagradas a Himmler. Es más, no hay en los muros de las iglesias esvásticas junto a listados de los caídos por el III Reich; ni en los templos católicos ni en los protestantes.
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