El 9 de marzo de 1850 un grupo de obreros que trabajaban en el ensanchamiento del puerto de Tarragona encontraron un sarcófago de mármol con extraños relieves e inscripciones, entre muchos otros restos de la antigua ciudad romana. Sin saber de que se trataba aquel pedrusco, los trabajadores fueron rompiéndolo en pedazos para poder extraerlo. De modo que cuando el anticuario y arqueólogo local Buenaventura Hernández Sanahuja llegó al lugar el destrozo era ya mayúsculo.
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