Tras la explosión del transbordador espacial Challenger el 28 de enero de 1986, la NASA congeló su programa de transbordadores suspendiendo todas las misiones programadas. No obstante, no se tomaron medidas referentes a los suministros para esos vuelos, con lo que la PEPCON, que tenía un contrato para abastecer a la agencia, siguió fabricando perclorato y, dado que la NASA no lo necesitaba ni les había dado instrucciones sobre su almacenaje, lo fue acumulando en sus instalaciones a la espera de recibir nuevas indicaciones.
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