Sus antiguos socios no lo tienen localizado. Sí, alguna vez nos lo hemos encontrado en el AVE, dicen, pero sinceramente no sabemos qué ha sido de él. Nadie lo sabe. Ha hecho ahora tres años que Luis Portillo, 48, el hijo de albañil que jamás cursó estudios superiores, que quedó deslumbrado por el boato de la gran ciudad, que convenció a los analistas de que aquella caja de fósforos vacía que acababa de adquirir valía casi tanto como Google.
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