Los colegas de Jim Abernethy le habían advertido que cancelara las excursiones para observar tiburones que su empresa programaba en el sur de la Florida. Le dijeron que su práctica de llevar buzos a mar abierto, lanzar al agua carnadas para atraer a los escualos y permitir que los buzos nadaran entre ellos sin una jaula de metal algún día iba a terminal mal. Ese día fue el fin de semana pasado.
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