“¡Yo no he sido, nosotros no hemos sido, ha sido Chipre! ¿Habéis comprendido?”. Cumpliendo el viejo adagio de los malos diplomáticos —primero buscar todos los argumentos posibles para justificar un error; segundo escoger el peor posible; tercero y último, negar por todos los medios que se ha elegido precisamente ese—, la eurozona acaba de perpetrar una sensacional chapuza, un error de consecuencias potencialmente catastróficas, capaz de reabrir la crisis del euro: poner en duda la garantía de los depósitos bancarios.
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