Para el humano del siglo XXI, acostumbrado a enfrentarse a una multitud de gadgets y teclados, enfrentarse a un cajero automático es una asignatura fácil, una “maría” de la vida. Sin embargo, para el ciudadano español del tardofranquismo un cajero automático era un dispositivo tan intimidante como un colisionador de hadrones para un bosquimano.
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