El presidente valenciano, Alberto Fabra, lleva meses buscando un fantasma. Desde que en mayo del año pasado un topo empezó a filtrar contratos menores y gastos de Presidencia de la Generalitat —y a empañar la imagen de Fabra y la de su entorno más próximo—, la caza del espía se ha convertido en una prioridad para el Gobierno valenciano.
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