Montserrat Llor abre «Vivos en el averno nazi» (Crítica) con una cita de Paul Eluard que es toda una declaración de principios: «Si el eco de sus voces se desvanece, pereceremos». Esta indagación testimonial –según la autora explica a ABC– nació urgida por un misterio familiar: la pulsera de identificación de su tío abuelo muerto, nadie sabe cómo ni cuándo, en Gusen, campo anexo a Mauthausen; y también porque su hijo, Pablo Villarrubia, padre de su marido, le contó mil historias de los maquis de la región de Cognac.
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