Durante años han sido muchos los físicos, algunos tan importantes como el premio Nobel Richard Feynman (cuenta la leyenda), que han intentado resolver este fascinante enigma –al menos a ojos de ellos lo era- culinario sin éxito. Por fortuna, siempre nos quedará París. Y más concretamente el Laboratoire de Modélisation en Mecánique de la Université Pierre et Marie Curie, donde los físicos franceses Basile Audoly y Sebastián Neukirch consiguieron en 2005, por fin, dar con la explicación.
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