Se llama Esmeralda, y justo en el momento en que me ha dicho que quizás lo mejor es quitarse de en medio y mandar todo a hacer puñetas, grandes gotas de pena se han descolgado de sus ojos resbalando hasta su chaquetita de abuela. Su edad debe rondar la de mi madre, sus gafas son parecidas, sus zapatos también, su pelo, su mirada, el color de sus ojos, sus expresiones y hasta la manera de llorar.
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