Una clase política acostumbrada a operar en ausencia de controles democráticos, muy manoseada por la corrupción, muy dispuesta siempre a pactos y enjuagues extrajurídicos cabe imaginar un escándalo de estas dimensiones, que pone a la Generalitat a la altura de una auténtica república bananera. Un episodio de corrupción que permite entender muchas de las cosas que están ocurriendo en Cataluña, en las relaciones entre Cataluña y el Gobierno central, y en la alocada huida hacia adelante en la que se ha embarcado su clase dirigente.
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