Cuenta Ernest Shackleton que, durante su intrépida epopeya que le llevó a estar 2 años y 22 días perdido en medio de los mares y hielos antárticos (ver La inaudita proeza de Shackleton), cuando estaba cerca de llegar a una estación ballenera de las islas Georgia del Sur y después de 36 horas de caminar con dos compañeros por glaciares en plena tormenta de nieve, medio muertos de frio y hambre, notó cómo había una cuarta persona que les acompañaba a una cierta distancia y que le infundía la seguridad necesaria de seguir adelante.
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