8,02 de la mañana. Abro los ojos y pongo la radio, el diario acto mecánico. “Es impresentable”, dice Esperanza Aguirre en tono agrio. Una sola décima de segundo para incorporarme de nuevo y desconectar el aparato. Con increíble agilidad para estar apenas despierta, he decidido abortar el discurso, fuera el que fuera. Evitar contaminarme con todo lo que había de seguir en las noticias.
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