En el invierno de 2001, siendo 24 de febrero, una bebé canadiense de trece meses llamada Erika Nordby cometió la mayor travesura de su corta vida; la clase de trastada infantil que debería haberla matado sin remisión. Mientras su madre dormía, Erika se escapó de la cuna y de la casa por la puerta trasera. Fuera, hacían veinticuatro grados bajo cero y ella ya no fue capaz de encontrar el camino de regreso al calor del hogar. Sólo llevaba puesto su pañal por toda protección.
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